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  • Foto del escritorJuan Ignacio Riquelme

Barajar y dar de nuevo; Sólo con alma no alcanza


Rusia 2018 | Selección Argentina

Barajar y dar de nuevo; Sólo con alma no alcanza



Caras opuestas. En primer plano, la desazón de los jugadores argentinos. De fondo, toda la alegría de los franceses por avanzar a una nueva instancia de la Copa del Mundo.

30 de junio de 2018



Dejaron todo, de eso no hay dudas. Por lo menos hoy, no hay lugar para reproches en cuanto al esfuerzo y a la actitud. Tuvieron la fé intacta hasta la última pelota, cuando aquel centro de Maxi Meza fue atacado por la punta del botín izquierdo de Di María, quien nunca vio llegar a un Fazio claramente mejor posicionado, producto de ese deseo de marcar el empate y llegar al tiempo extra; alcanzó a desviar la pelota, pero no pudo darle dirección. El árbitro pitó el final del encuentro y esa fue la última acción del equipo nacional. Argentina, superada por una Francia físicamente arrollador, afuera de Rusia 2018 en Octavos de final. ¿Sorpresa? Nada más lejos que eso. Era una posibilidad concreta.


Si nos remontamos a la última gran decepción del seleccionado argentino, en 2002, pocos puntos en común podremos encontrar con el presente. En ese entonces, no esperábamos que el considerado como el mejor seleccionado del mundo se volviera en primera ronda. Fue un shock. El equipo comandado por Marcelo Bielsa había dominado con comodidad las duras eliminatorias sudamericanas, y contaba con muchos jugadores de elite, con la edad justa, y pasando un buen momento en cada uno de sus respectivos equipos. Había una idea marcada, sostenida por un equipo con nombres, y también recambio de alto nivel; Realmente se había trabajado muy bien desde Francia ’98 hasta Corea-Japón 2002. De hecho, sigue siendo en la actualidad el último proceso conducido por un mismo entrenador de punta a punta. Increíble pero real.


Por el contrario, el camino desde Brasil, donde el equipo llegó hasta la final y mereció mayor suerte, fue todo lo contrario. Cada paso -en falso-, parecía darnos una nueva señal de que el final del recorrido estaría signado por otro fracaso ineludible. Pero no debemos confundir y hablar de fracaso por un simple resultado deportivo o una eliminación de un torneo tan complejo como un Mundial, sino al conjunto de decisiones y acciones que llevan al fútbol argentino a la triste actualidad que atraviesa. Desde la final perdida ante Alemania y la posterior renuncia del respetado y querido Alejandro Sabella, la selección no volvió a gozar de buena salud. La muerte de Grondona llevó a un desgobierno y a una profunda crisis institucional, una AFA acéfala con varios aspirantes al trono, pero todos con distintos intereses y ante poniendo los propios personales por encima del bien del fútbol argentino, que derivó en la vergonzosa elección del 38 a 38 (habiendo 75 votantes. Sí, leyó bien). La aparición de la Comisión Normalizadora terminó por descomponer el campeonato local, desprestigiar la selección en todo sentido, y quitarnos peso dirigencial a nivel sudamericano e internacional. Además, se sumó el papelón de los J.J.O.O de 2016, marcado por la negativa de los clubes para ceder jugadores y la nula participación de la casa madre para intervenir y gestionar de manera que se pueda armar un equipo competitivo, que derivó en la renuncia de Martino, la negativa de varios entrenadores para reemplazarlo, la designación de Bauza y su posterior salida apenas ocho meses después, la llegada de Sampaoli, con sus desmanejos, y la clasificación –milagrosa- al mundial.


Pero no todo terminó en Quito. Ya con el boleto a Rusia en el haber, lejos estuvieron de desaparecer los problemas para el seleccionado argentino. La preparación para la cita máxima sería también tormentosa. Desde el contrapunto entre cuerpo técnico-jugadores por jugar con línea de 3 o de 4 atrás –con el episodio del micro en el que los jugadores cantaban al ritmo de “vamo’ a ser feliz con línea de 4”, haciendo alusión al famoso tema de Maluma-, el bochornoso incidente en el que el seleccionador discutió con la policía en Casilda, las sospechas por una inconducta del mismo con una empleada de la AFA en Ezeiza, las lesiones de jugadores clave, como Manu Lanzini y “Chiquito” Romero, y la vergonzosa organización del amistoso frente a Israel, signado por la ignorancia y desconocimiento absoluto del contexto internacional por parte de las autoridades, que terminó siendo suspendido. El vínculo entre los jugadores y el DT (o cuerpo técnico) se rompió. Se fue deteriorando a medida que iba pasando el tiempo y cada vez había menos confianza entre las partes. Y así iba a ser muy difícil aspirar a llegar lejos; Casi una utopía.


El equipo nunca estuvo convencido de la idea de Sampaoli y compañía, si es que alguna vez la hubo. Cabe recordar que durante este ciclo –que pareciera estar agotado- nunca se repitió un mismo once. Eso al jugador le quita confianza, lo invita a descreer, a no sentirse respaldado. ¿De qué manera podrían reaccionar, acostumbrados a otro tipo de preparación y análisis hasta el más mínimo detalle propio de los grandes equipos europeos donde estas figuras viven el día a día, ante tanta improvisación? La última gran apuesta de Sampaoli fue poner a Messi como falso 9 –donde no juega hace ya varios años-, con Di María y Pavón en los extremos. El resultado, previsible, fue con Messi retrasándose a la posición de interior derecho a los 15 minutos del primer tiempo, dejando que su lugar lo ocupe ¡Enzo Pérez! (con el Kun e Higuaín sentados en el banco). Un experimento que no tenía sustento en ningún sentido, ya que sacaba a Messi de su zona de confort, sacó una opción de descarga permanente al “diez”, además de quitarle una referencia a los centrales franceses, quienes conducían a gusto y no sufrían en defensa. Una locura que recién a los 66 minutos intentó corregir, cuando mandó a la cancha al delantero del Manchester City en lugar del mediocampista de River, pero, evidentemente, con el equipo abajo en el marcador, fue tarde.


Lamentablemente, Argentina no supo ni siquiera aprovechar las señales positivas que iba encontrando a lo largo del partido. Con el equipo totalmente desenfocado y en su peor momento, Ángel Di María inventó un golazo en los que fue el primer tiro al arco custodiado por Lloris por parte de la selección, que se iba al descanso con un impensado empate en el marcador que nos llenó de ilusión. Asimismo, ni bien iniciado el complemento, Mercado conecta –sin querer- un tiro libre de Messi y, de repente, Argentina daba vuelta el partido y ganaba 2-1 sin merecerlo. ¿Importaba? Poco y nada; Había que pasar de ronda. Pero claro, sin una idea, sin un plan detrás que te organice, por más que el azar esté de tu lado se hace muy difícil.


El equipo –inconexo en todas sus líneas- no atacaba ni defendía de forma confiable. El incipiente Mbappé se encargó de volver loco a todo el bloque defensivo. No pudimos aprovechar esa ventaja para “dormir” el partido; Desatenciones que costaron goles, fallas en las coberturas defensivas, mala ocupación de los espacios, apatía en los mediocampistas/extremos. Por ejemplo, Pavón –una de las apuestas del entrenador- no persiguió nunca las trepadas de Lucas Hernandez que generaron el 2-2 y el 3-2. Del otro lado, Tagliafico falló en posicionamiento y al despejar para servirle en bandeja el gol a Pavard, que no fue custodiado por Di María. Todo improvisado, como todo en los últimos cuatro años alrededor de la selección.


A esta gran generación de jugadores le faltó suerte y respaldo. Salvo en la época de Sabella, cuando el equipo tuvo un plan de juego, bajo la conducción de Gerardo Martino, la AFA estaba acéfala y el seleccionado no tuvo respaldo dirigencial. Cuando bajo el mandato de Tapia hay respaldo directivo, se careció de una planificación a la altura. En ese sentido, hay que ser agradecidos a estos jugadores, que bajo dicho contexto lograron ser –en su mayoría- campeones mundiales Sub-20 y Olímpicos, llegar a una final de la Copa del Mundo 24 años después, disputar varias finales de Copa América. Estuvieron muy por encima de los dirigentes que les tocaron, que nunca supieron potenciarlos mediante proyectos serios. Todo esto favoreció a la toma de decisiones propias y la autogestión por la que muchas veces fueron criticados y que no deberían haber ejercido porque se supone que los jugadores deben entrenar y tener la cabeza puesta solamente en los objetivos deportivos, pero muchas veces no había otra alternativa.


¿Qué se hizo durante estos años para fomentar el desarrollo y dar soporte a esta generación? La respuesta es simple: nada. Por el contrario, se desarmaron las bases, no se le prestó más atención a la formación de jugadores y se escudaron en la figura de Messi, formando una dependencia que no resulta sana. Hoy en día, Argentina no cuenta con ningún arquero top, no tiene centrales en la elite del fútbol –a excepción de Otamendi-, ni que hablar de laterales, que brillan por su ausencia. Si pasamos al mediocampo, son contados con la mano los que pueden destacar o tener proyección para hacerlo en un futuro, pero el hilo continúa siendo el mismo: no hay cracks en la cremme de lo que demanda el fútbol mundial en la actualidad. La riqueza de nuestras figuras tiene un común denominador, y es que se acumula en el ataque, y eso dificulta el armado del equipo. Además, si lo que mejor tenemos son los goleadores de las ligas más competitivas y jugamos el partido más importante sin atacantes, el contexto es aún peor ya que no potenciamos nuestras fortalezas para maquillar las debilidades. De esta manera, llegamos de casualidad a Rusia, como también así conseguimos el boleto a octavos para enfrentar a Francia. Pudimos haber pasado a cuartos, si gozábamos de un poco –más- de suerte. Sin embargo, el futbol a veces es lógico, y si haces las cosas mal durante tanto tiempo, tarde o temprano la suerte se acaba y eso sale a la luz. Hay que barajar y dar de nuevo, utilizar este duro golpe para sentar las bases del futuro. Aceptar que ya no somos potencia, y trabajar con humildad para volver a serlo. Porque por más que nos creamos que nos comemos el mundo y que somos los mejores, por más garra e ímpetu que le pongamos, sin planificación y organización, todo lo otro no alcanza.

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